Mientras el mundo se asombra por el ataque a dos policías a machete en Bélgica, que por fortuna no dejó muertos, pocos prestan atención a lo realmente espeluznante que es la situación que viven los habitantes de los países de Oriente Medio.
Pareciera a veces que las vidas de los europeos y los norteamericanos fueran más valiosas que las de los iraquíes, palestinos o pakistaníes.
Precisamente allí, donde se vive todo el rigor de la violencia fundamentalista, murieron este lunes 8 de agosto al menos 70 personas y otro centenar resultaron heridas cuando un atacante suicida, a nombre del grupo yihadista Isis o Estado Islámico, se hizo explotar en medio de una multitud que guardaba duelo por un asesinato de un importante abogado local, frente a un hospital de la ciudad de Quetta, al suroeste de Pakistán.
“Un kamikaze del Estado Islámico hizo estallar su cinturón de explosivos durante una reunión de empleados del ministerio de Justicia y de la policía paquistaní en la ciudad de Quetta”, aseguró la agencia Amaq, órgano de propaganda de la organización yihadista.
Las fuerzas de seguridad y los edificios gubernamentales paquistaníes son blanco frecuente de los grupos insurgentes. El atentado de Quetta es el quinto que golpea este año a Pakistán. En 2015, otros tres atentados se registraron en ese país, y en el 2014 se presentaron dos.
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