El mundo entero analiza hoy el triunfo del excentrico Donald Trump en la presidencia de los Estados Unidos y lo compara con dos de las votaciones que este año centraron la atención de la comunidad internacional.
El Brexit, denominativo que se le dio al referendo inglés en el que los ciudadanos de ese país decidieron la salida del Reino Unido de la Unión Europea y el plebiscito por la Paz en Colombia, que el mundo entero miraba con buenos ojos y en el que al final terminó ganando el No. Todos los medios tratan de explicar lo sucedido en las tres votaciones más importantes del mundo en 2016 y en las cuales ganó la opción más inesperada.
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Según la mayoría de expertos politólogos del mundo, en las tres votaciones se evidenció la supremacía de las campañas del miedo y el odio por encima del raciocinio.
Así lo relataba Jhon Carlin en un artículo publicado por el diario El País y que llamó «El año en que vivimos estúpidamente»:
He aquí el cóctel fatal que llevó a Trump a la candidatura presidencial republicana, condujo a la victoria del Brexit en Reino Unido y, lo más terrible hasta la fecha, al “no” al acuerdo de paz en el plebiscito colombiano y al sí a la perpetuación de una guerra civil que ha durado medio siglo.
En todos los casos ha triunfado la mentira. Existe un hilo conductor entre Álvaro Uribe, el populista hombre orquesta que dirigió la campaña por el no en Colombia; Boris Johnson, la figura más carismática por el no a la permanencia de Reino Unido en la Unión Europea; y Trump, que insulta a la verdad cada hora del día en su campaña para que la estupidez tome posesión de la Casa Blanca.
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Los votantes, mientras, se dejan conducir como vacas al abismo. Con perdón de las vacas, que seguramente demostrarían más sentido común ante la perspectiva de la autoaniquilación que las variedades de homo sapiens que habitan Colombia, Inglaterra y Estados Unidos.
El plebiscidio colombiano ha sido la obra maestra de la larga carrera política del expresidente Uribe que logró ganarse las mentes (si esa es la palabra) y los corazones (oscuros) de la mayoría de aquellos pocos colombianos que se tomaron la molestia de participar en el voto más importante de la historia de su país. Les recordó lo que todos sabían, que la guerrilla de las Farc con las que el gobierno colombiano había firmado el acuerdo de paz, eran detestadas por el 95 por ciento, o más, de la población; acto seguido les convenció que, abracadabra, si a las Farc se les dejaba participar en la política, como contemplaba el acuerdo, ganarían las siguientes elecciones y su líder, un marxista caducado apodado “Timochenko”, sería el próximo presidente del país. Más de la mitad de los colombianos que votaron el domingo fueron incapaces de detectar la ílógica matemática de su planteamiento.
Boris Johnson, el bufonesco actual canciller británico, mintió descaradamente a los votantes sobre los millones de euros que Reino Unido entregaba cada semana a la Unión Europea e insinuó al dócil electorado que si su país permanecía en la Unión, Turquía se vaciaría y sus 78 millones de habitantes se trasladarían a territorio británico.
Trump dice tantas mentiras que se necesitaría un libro para documentarlas todas pero la más gorda, aquella que cuenta que solo un muro de 3.200 kilómetros podría impedir una invasión de violadores y narcotraficantes mexicanos, es la que más ha resonado entre sus fieles.
En todos los casos —Uribe, Johnson, Trump— la mentira ha sido un instrumento del miedo, la más primaria de las emociones humanas, la que más alborota los procesos mentales de los niños pequeños, la que apela a los terrores que asaltaron a nuestros ancestros desde que se empezaron a escribir los libros de historia, y seguramente desde antes de la edad de piedra –aquellos terrores que tenemos anclados en las profundidades del cerebro reptiliano.
Mucha red digital, mínimo criterio racional. La ciencia evoluciona pero el animal humano no. Infantil y primitivo, no deja de ser presa fácil de las vanidades, de las locas ansias de poder y del cinismo de los machos alfa manipuladores. El año 2016 nos lo está demostrando con más claridad de lo habitual, pero no es ninguna excepción a la regla.
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