Columna de opinión por: Johan Deibi Agudelo Martínez. Magíster en Ciencias de la Educación, licenciado en Español y Literatura, profesor en Armenia, presidente la subdirectiva nororiente de Armenia del Suteq. Exconsejero municipal de juventudes, representante estudiantil, cofundador de ACRES.
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En tiempos de profunda crisis institucional, cuando el Congreso de la República parece más una tarima para el espectáculo vulgar que un escenario de deliberación democrática, surge la figura de Jorge Enrique Robledo como un recordatorio de que otra forma de hacer política sí es posible.
La última legislatura se ha caracterizado por la mediocridad: ataques personales, vulgaridad, improperios y la desinformación se han vuelto rutina. La argumentación rigurosa y el análisis profundo han sido desplazados por el afán de figurar en redes sociales. Aunque por el Capitolio pasaron próceres como Francisco de Paula Santander, Rafael Uribe Uribe o Jorge Eliécer Gaitán, hoy el nivel académico y político ha caído, dejando un Congreso cada vez más desconectado de las necesidades del país.
Peor aún, este Congreso se ha visto permeado por figuras que han demostrado una preocupante flexibilidad ética: dispuestas a torcer principios para favorecer intereses personales, destruir o “quemar” simbólicamente la honra de sus contradictores y aceptar dádivas a cambio de votos favorables al poder ejecutivo. Ejemplos abundan: Iván Name, representante del Partido Verde y presidente del Senado, convertido en ficha clave del petrismo; Andrés Calle, presidente de la Cámara de Representantes, cuestionado por su cercanía con sectores del Gobierno; el escándalo de la UNGRD que salpicó a congresistas de varias orillas; y, en la derecha, la detención del exsenador Ciro Ramírez por presuntos actos de corrupción.
En medio de este panorama desolador, resurge la figura de Jorge Enrique Robledo, quien durante una década fue elegido como el mejor senador de Colombia. Tras un periodo de ausencia legislativa y ante múltiples llamados ciudadanos, Robledo vuelve a poner su nombre al servicio del país.
Y no es poca cosa. Su hoja de vida está marcada por coherencia, profundidad y coraje. Ha liderado más de 150 debates de control político, denunciando prácticas lesivas para el interés público sin importar el gobierno de turno. Expuso el volteo de tierras durante el mandato de Uribe, denunció el caso Agro Ingreso Seguro, anticipó los impactos negativos del TLC sobre el agro colombiano, lideró la moción de censura contra el entonces ministro Carlos Holmes Trujillo por la presencia de tropas estadounidenses sin autorización del Congreso, y enfrentó al fiscal Néstor Humberto Martínez por sus vínculos con el Grupo Aval y el caso Odebrecht.
Robledo es incorruptible. Su liderazgo no empezó en el Senado, sino en 2001 como cabeza de la Unidad Cafetera Nacional, cuando alzó la voz por los pequeños productores del país. En ese contexto, pidió precios sustentables para el café, la renegociación de las deudas del sector, subsidios directos y una política agraria más justa. Esa lucha lo llevó al Senado en 2002, donde se consolidó como una de las voces más serias y respetadas del país.
A pesar de no estar en el Congreso, Robledo no ha guardado silencio. Ha denunciado el rumbo errático que el actual gobierno le está imprimiendo a Ecopetrol y ha sido un crítico frontal del presidente Gustavo Petro. No lo apoyó en la última elección presidencial, votó en blanco, y desde un principio lo calificó de charlatán. Esa postura ha tenido consecuencias: recientemente, la Unidad Nacional de Protección (UNP) le retiró su camioneta blindada, a pesar del aumento en los atentados políticos en el país. Desproteger a uno de los opositores más firmes del gobierno no es solo una retaliación política, sino un acto que pone en riesgo la vida de un ciudadano que ha dedicado su carrera a servir al país.
En tiempos donde la política parece haber perdido su sentido ético y técnico, el regreso de figuras como Jorge Enrique Robledo representa no solo una esperanza, sino una exigencia democrática: la de volver a tomarse en serio la responsabilidad de legislar con dignidad, conocimiento y compromiso.