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De Armenia, la visita de alias Timochenko y mi decepción personal

Las opiniones de los columnistas y blogueros son de su estricta responsabilidad y no representan la opinión de 180grados.digital


Columna escrita por: Mauricio Bravo Cerón

Comunicador Social-Periodista. Universidad del Quindío. Como aspirante a escritor cree en eso que llama inspiración, pues le llega cada momento de su entorno, según dice de una frase dentro de un libro, de una conversación en la calle, de un parlamento dentro de una novela o de una noticia; en momentos como estos su fiel escudero es un celular en el cual, a manera de recordatorio, acumula frases o palabras que posteriormente trabaja, a veces en un cuaderno o a veces en un computador. Sin embargo esa inspiración debe ir acompañada de dosis de trabajo y disciplina.


Así como tantas veces he manifestado alegría por haber vivido en Armenia y por la acogida que me dio su gente, hoy he de expresar sentimientos de tristeza por lo sucedido hace unos días con el señor alias Timochenko. Yo no era alguien conocido ni para bien ni para mal cuando llegué a esta hermosa ciudad cafetera, es verdad, era simplemente un estudiante con ganas de progresar; tampoco era en ese entonces un criminal consumado; no tenía el prontuario que hoy tienen a sus espaldas el señor Timo y su gente; sin embargo, él en esta ocasión no iba a tomarse un pueblo, ni a volar una torre o una estación de policía, ni iba a hacerle daño a la población, como en otro momento lo hizo en algún municipio colombiano. Sólo iba en son de paz, a expresar sus ideas y nada se hubiera perdido con haberlo escuchado y después de eso decidir si creerle o no, si aplaudirlo o no, si apoyarlo o no en su aspiración presidencial.

(A modo de paréntesis, debo decir que me parece muy apresurada esta aspiración presidencial: No tengo clara la época, pero supongo que un Antonio Navarro Woolf o un Gustavo Petro, por nombrar sólo dos casos de ex armados, no soltaron las armas y de una llegaron a cargos públicos. Me imagino que el caso de ellos fue un proceso largo de unirse a quien les parecía un buen prospecto o un movimiento prometedor y cumplidor políticamente hablando, mostrar una verdadera actitud hacia la paz, para después sí ganarse los votos y llegar así a los lugares donde ellos han llegado).

En Armenia viví seis de los mejores años de mi vida y, a pesar de que allá alguna vez me robaron (como hubiera podido suceder en cualquier ciudad colombiana) y hasta me acusaron de ladrón sin serlo (como hubiera podido suceder en cualquier ciudad colombiana), mis ganas de regresar siguen intactas como el día en que, por tristes motivos, decidí volver a mi tierra nariñense. Sin ser quindiano mientras allá viví me hicieron sentir como si lo fuera. Con mayor razón alguien que como don Timo nació allá en tierra quindiana. Creería, y yo lo creo también más allá de los caminos que él escogió para su vida y sus nefastas consecuencias, merecerse como mínimo ser escuchado.

Llevamos tantos años escuchando mentiras de ladrones de cuello blanco, a los que sin embargo, haciendo gala de nuestra escasa memoria, terminamos eligiendo y hasta reeligiendo, que escuchar a uno más (si para el caso resultara) habría dado exactamente lo mismo; sin embargo los armenios respondieron a esa violencia, que yo supondría quieren dejar atrás, con más violencia. Me adhiero a las palabras de amigos y conocidos nacidos en la Ciudad Milagro, igual de decepcionados que yo, cuando dicen que es preferible tenerlo (a él y sus compañeros) ahí, en escenarios, en reuniones y dando discursos, que en el monte dando bala a diestra y siniestra.

Finalmente, me quedo con tres pensamientos: uno, que si se llega a dar una vez más la guerra (Dios no lo quiera), esa gente que lo rechazó no va a ser la misma que mande a sus hijos al ejército o se vaya personalmente a darse bala con quienes un día quisieron apostarle a la paz; dos, que estoy seguro de que esa gente que manifestó rechazo al discurso de don Timo está entre los 59.049 que dijeron NO el 2 de octubre de 2016; pero a la vez sé que hubo 43.835 personas, nacidas o radicadas en Armenia también, que le dijeron SÍ a la paz ese mismo día; y tercero, que la mejor forma de ganarle a lo que ellos representan en el imaginario colectivo, después de escuchar sus planteamientos, claro está, es en las urnas y sólo en las urnas.

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