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Antiguas Navidades en que siendo más pobres fuimos más felices

Antiguas Navidades felices

Las opiniones de los blogueros son de su estricta responsabilidad y no representan la opinión de 180gradosquindio.com


Recordar con nostalgia es añorar aquellos momentos en que fuimos muy felices. ¿Quién no recuerda su niñez y las navidades de aquellas épocas que no volverán?

Cuando yo era niño, y estoy seguro que pasaba en casi todos los hogares quindianos, mi madre adornaba un chamizo de café como árbol de navidad. Lo envolvía en algodón y le colgaba bolas de colores que tenía guardadas desde las navidades anteriores. Nada se desperdiciaba.

El pesebre tenía piso de musgo que mi mamá conseguía en algún cafetal cercano. Los caminos del pesebre eran de aserrín que regalaban en las carpinterías y las pequeñas figuritas eran de barro, que ya habían perdido su color de tantos años que llevaban siendo utilizadas de navidad en navidad.

Los animalitos eran muchas veces muñequitos que salían en los chitos y productos de Yupi. Los adornos de paredes y pisos se desempolvaban cada año cuando eran bajados del zarzo a finales de noviembre. En enero volvían de nuevo al zarzo para esperar el próximo diciembre.

La noche de las velitas se ponían velas en el andén o se creaban arcos de guadua adornados con velas encendidas. Pocas veces se hacían faroles, pero cuando se creaban, no había oportunidad más que para la creatividad, porque en aquel tiempo en el Ley o en Mercafé no vendían faroles ya hechos.

Los niños aplastábamos tapas de gaseosa que recogíamos pidiendo de tienda en tienda y con ellas creábamos maracas con las que salíamos a rezar y cantar de novena en novena para reclamar bananas, y en cada cuadra al menos una familia hacía un gran pesebre para invitar a los niños del barrio a rezar y cantar villancicos.

Hacíamos nuevos amigos en las novenas y después de ellas nos dedicábamos a jugar en la calle sin preocupaciones y sin necesidad de videojuegos y esas cosas.

La natilla era de maíz y no de maicena y se batía en familia en un fogón de leña los 24 y los 31. En nochebuena a la casa llegaba el Niño Dios y no un gordinflón creado por los publicistas de Coca Cola. Y los regalos que traía eran para los pequeñines. (Eso cuando había plata, porque algunas veces a mis primos no les trajo nada el niño dios).

Los grandes se conformaban con la comida, la parranda y los momentos en familia. No había necesidad de regalos para todos, solo el simple hecho de compartir convertía la navidad en una época inolvidable.

Hoy el consumismo nos ha superado. Las tradiciones ya no son las nuestras, nos envolvieron las costumbres extranjeras en las que importa más el árbol de 3 metros que el viaje para ver a la abuelita. Importa más el Iphone y los tenis Nike, que compartir la novena frente a un humilde pesebre. Hoy la novena ya se reza con la gente chateando en sus celulares y ni atención se presta a lo que se está diciendo.

No soy cristiano, lo reconozco, pero esta época de Navidad siempre me causó alegría, entusiasmo. Y no porque se celebre una fiesta religiosa, sino porque es la época del año en que cada persona está deseando lo mejor para todos, y se vuelve a respirar el calor de la familia.

Y aunque hoy ya no es igual, nos queda el recuerdo nostálgico de aquellos años en que siendo más pobres fuimos más felices.

 


Blog de opinión escrito por: 

Harol Ruiz Restrepo

Comunicador Social y Periodista, Magíster en Periodismo Multimedia. Creador y director del diario digital 180gradosquindio.com. Docente catedrático Universidad del Quindío. Líder Social montenegrino.

 

 

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